Paquita dedicaba sus días de
moza, al igual que haría con los de su madurez, a coser. Era una chica
atractiva, recatada en las vestiduras pero mordaz en el diálogo cara a cara. Antonio
la vio entrar un tarde de 1956 por el portón del Teatro Cervantes de Málaga, en
el que trabajó durante tantos años de acomodador. Al instante quedó prendado de
su finura, por lo que le quitó el puesto a su compañero, para poder conducir a
aquella chica hasta su asiento. Paquita, mientras Antonio daba con las butacas
que le correspondían a ella y a sus compañeras, confesó que no era una amante
del teatro, pero que sus padres le habían incitado a ver Tres Sombreros deCopa, porque el tal Miguel Mihura estaba triunfando y traía la vanguardia de
esos mundillos.
Antonio pasó toda la función
mirando a Paquita desde su posición. Percibió que aquella chica se aburría con
la obra, incluso a veces le regalaba una tímida mirada. A la salida del teatro,
Antonio la abordó para solicitarle una cita y decirle lo bonito que tenía los
ojos. El amor entre uno y otro se fraguó en la playa de la Malagueta, donde
tantas veces llevaría Antonio a sus hijos para ver el mar y comprarles helados.
Paquita pasó el resto de su vida
junto a Antonio, con mejores y peores momentos, pero siempre juntos. Ella se
encargaba de que fuera siempre hecho un pincel a su trabajo, incluso le diseñó
un traje elegante, "para que el acomodador parezca más refinado que el
acomodado", decía.
Paquita introdujo a Antonio en el
mundo de los libros, para que se hiciera un hombre culto. Pero también lo
acompañó a las noches de Carnaval en el Cervantes, cumpliendo sus deseos. No
fue un amor perfecto el de ambos, pero siempre se respetaron y apoyaron cuando
hizo falta. Paquita murió hace dos años de un infarto y, aunque por entonces
Antonio ya apenas la reconocía,
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